Zafarme fue también romper la reja. Aquella que estuvo cerrada tanto tiempo con cadena, con candado, con llave tragada. El día que la crucé, me tiré al mar. Cogí impulso, corrí y de un zambullido entré en el agua. Nadé hasta llegar al fondo. Se me fue escapando todo el aire de burbujita en burbujita por los huecos dilatados de la nariz.
(Se podría también vivir varias vidas tomando las concernientes decisiones cada vez en cada espacio. Lo llevarían eventualmente a este lugar. )
Al llegar allí me encontré con los muertos. Masas amarradas por los pies con una soga al fondo del mar; sosegados, oscuros; figuras de un lado al otro coreografiando el movimiento de la marea que va, viene; que viene, va. Eran mis abuelos inundados, sacrificios de la causa. Sin saber si la causa era justa o siquiera real. Pero ahí estaban, cincuenta años después, estos cuerpos fríos, todavía balanceándose en la profundidad.
No sentí miedo al reconocerlos, más bien empatía por estas almas perdidas de la patria pegada con cinta adhesiva.
Bogotá, Mayo 2015
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